Los
inocentes, somos aquellos que en algún punto de nuestra vida nos acostumbramos
a vivir en el miedo, somos aquellos que nos castraron la inocencia de niños,
diciéndonos que lo que soñábamos era demasiado grande, que éramos demasiado
ingenuos para pensar que así era la vida, somos aquellos que nos sumergimos por
un tiempo en el imaginario colectivo, de trabajar 8 horas diarias, de usar
uniforme y peinarnos de medio lado. Somos aquellos que guardamos los sueños de
niños en un baúl llamado “imposible”, con la llave que dice “ya es muy tarde”.
Día
a día veo a la gente caminar, veo sus rostros, no
muchos reflejan alegría, me
pregunto ¿sabrán para qué nacieron?, ¿conocerán su propósito de vida?, ¿hacia
dónde se dirigen?, ¿qué los motiva?, caminar sin rumbo no parece tener mucho
sentido, sin embargo creo que la mayoría lo hace, algunos se pusieron metas que
parecían tener sentido y cuando las alcanzaron se dieron cuenta que no hallaron
lo que buscaban, y que el tiempo poco a
poco les fue robando la sonrisa, esa sonrisa del alma, auténtica, la sonrisa
inocente, la que todo lo cree y la que todo lo espera, y se quedaron perdidos
en los quehaceres, frenados por los miedos.
Sin
ser sensacionalista, creo que un buen día llegará el despertar de los
inocentes, esos que arriesgan aunque pierdan, esos que creen sin ver, esperan
sin tener, caminan confiando en que avanzan, buscan su propósito, salen poco
a poco del capullo, deciden ver más allá de sus miedos, deciden salir aunque la
gente les grite que no lo hagan que van a morir, deciden no escuchar a los que
han esclavizado sus espíritus por años, y deciden romper su capullo, deciden
encontrar su identidad.
Deciden
volar, aunque ese vuelo dure “poco”, después de todo ¿no es mejor morir volando,
qué vivir en el capullo? Los inocentes guardan en su corazón una leve
sensación de que alguien los sostendrá cuando pierdan su vuelo, restaurará sus
alas y les enseñara a volar, después de todo son inocentes, y ellos todo lo creen.
Nathaly
Dután